Se quedó quieta, pero el mar se movía a través de ella, un pulso silencioso bajo una piel tranquila. Con cada respiración, las olas subían y bajaban en su interior, haciéndose eco del lenguaje de las conchas, la sal y las corrientes silenciosas. No necesitaba zambullirse, ya pertenecía al océano.
Se quedó quieta, pero el mar se movía a través de ella, un pulso silencioso bajo una piel tranquila. Con cada respiración, las olas subían y bajaban en su interior, haciéndose eco del lenguaje de las conchas, la sal y las corrientes silenciosas. No necesitaba zambullirse, ya pertenecía al océano.